Auschwitz, Bosnia, Cambodia, Vietnam, y tristemente ahora tengo que agregar a Colombia, en particular la ciudad de Medellín a la lista de lugares que la tristeza y el horror se podían sentir aún años después de que las y tragedias ocurriesen.
Cuando a uno le mencionan Colombia, vamos a decir la verdad, lo primero que se le viene a la cabeza, no es ni Shakira, ni el Pibe Valderrama ni siquiera el café, es sin duda, la cocaína. La cocaína y sus derivados, es decir, la inseguridad, los sicarios, Pablo Escobar, coches bombas y demás. Sé que mis amigos colombianos al leer estas palabras se van a ofender y con creces, es que el esfuerzo de toda una nación por borrar su mote es todavía más grandes que las desgracias que allí ocurrieron. Sin embargo, deberán pasar varios años con sus respectivas generaciones para que puedan superarlo. Y digo superarlo porque muchas veces sentí que querían olvidar. No puedo imaginar el dolor de tal tragedia pero olvidar es lo siguiente peor a la tragedia misma. Olvidar es repetir la historia, o como escribí luego de visitar el memorial de Auschwitz puede cambiar a la víctima por victimario o que se encuentre una nueva víctima, pero jamás solucionará nada.
En los sitios que mencionaba anteriormente sentía la muerte en el aire, como cuando veía los restos dejados en los que otrora fueron campos de concentración, la naturalidad con lo que los guías turísiticos hablaban de torturas horribles, los armamentos utilizados en guerras totalmente desiguales o el tráfico de la ayuda humanitaria mientras las bombas seguían explotando. La lista podría ser mucho más escabrosa pero no es mi idea hacer un resumen amarillista, ni que digan en voz alta “que bárbaro” pero a la vez deseando el detalle más minucioso del daño que puede causar el ser humano. Es, en cambio, hacer una reflexión de lo ocurrido para informarnos y evitar que vuelva a ocurrir. Dudo, mejor dicho estoy convencido, que mis palabras lleguen a tantas personas como para hacer una diferencia, pero me alcanza llegar a uno solo de ustedes para ser feliz.
Hicimos varios tours en el país, incluso con organizaciones sin fines de lucro cuyo objetivo era llevar nuevos sustentos económicos a las regiones afectadas por los conflictos gracias al turismo. En todos ellos, los guías habían sufrido en carne propia el horror de las últimas décadas y si por fortuna no había sido así tenían a familiares o amigos que los habían padecido; y su mayor esfuerzo estaba puesto en limpiar la imagen de una colombia que es mucho más seguro que lo que supo ser a tal punto que Medellín está lejos de ser la ciudad más peligrosa del mundo y el turismo subió de los 50.000 visitantes al año a 6.000.000 pero aún dista de ser un destino relamente seguro. Sin ir más lejos la primera noche que estuvimos en el país, ya encantados con la amabilidad colombiana, al intentar salir a cenar la concerjería del hotel nos lo prohibió y al día siguiente escuchamos un tiroteo de unos 50 disparos acampañados de sus lógicos gritos de desesperación. Colombia, es un destino hermoso, para visitar, no se desalienten, pero hay que tener un poco más de cuidado que en otros destinos de sudamérica, estuvimos casi 50 días en el país y lo más grave que nos pasó fue sufrir el calor que el caribe supo apaciguar.
Y, entoces de dónde viene tanta violencia. La cocaína. Bueno, al menos eso es lo que todos pensaremos en un principio, pero no, no es así. El narcotráfico fue un factor más en este estado de locura y violencia pero fue por lejos el mayor. La cocaína simplemente visualizó, expuso al mundo y capitalizó los conflictos. Conflictos políticos y económicos, que buscaron mediante el terrorismo y el terrorismo de estado dominar a la población y al país mismo con el afán de perseguir intereses propios. Por un lado, las guerrillas querían instaurar el comunismo, pero esta lucha estuvo en todo sudamérica y el mundo, durante la conocida erróneamente como guerra fría y digo erróneamente ya que a lo largo y ancho de todo el mundo hubo conflictos armados y fue sólo fría para las potencias que financiaban la muerte en otras tierras. Luego aparecieron los paramilitares, grupos armados de extrema derecha que, ante la ausencia de un estado débil, buscó la venganza y el simple exterminio del primer grupo. El terrorismo de estado vino de parte del gobierno y de sus fuerzas armadas, entre otras formas con, los aquí famosos y no por eso menos aberrantes, falsos positivos, para demostrar avances en su accionar el estado simplemente mataba civiles para luego decir que eran guerrilleros o paramilitares que habían dado de baja. Por su parte el narcotráfico persiguió su objetivo de seguir exportando la cocaína sin que la prensa y el poder político se rasgaran las vestiduras como si se trataran de los únicos delincuentes del país.
En Vietnam, la mayor potencia militar del mundo utilizó armas químicas que hoy siguen causando deformaciones. En Cambodia, el mismo país infiltró agentes para causar el caos que luego llevó a uno de los genocidios más grandes de la historia moderna. En Auschwitz pude ver fotos tomadas por los aliados en 1941, que con conocimiento y poder para detener el horror que allí se llevaba a cabo no lo hicieron ya que no tuvo importancia estratégica hasta los finales de la guerra. En este conflicto, la misma nación vuelve a tomar una gran importancia, es que el país que más invierte en la muerte, siendo este el mayor destino de su presupuesto a la vez que la industria armamentística da el mayor aporte a su PBI, es también el mayor consumidor de dicho producto de exportación colombiano. Extrañamente los padres del capitalismo, en lugar de disminuir la demanda de la sustancia decidieron hacer la guerra a la oferta. Los resultados están a la vista, una guerra imposible de ganar para cualquiera de los dos bandos. Mientras uno cuenta con un potencial económico literalmente infinito el otro se asemeja a la criatura mitológica Hydra, a la que al cortarle una de sus cabezas le surgían dos nuevas. Fue por ello que el baño de sangre sólo empeoró con la muerte de Pablo Escobar (y con la de cualquier otro capo narco). Esta guerra condenada al fracaso desde su nacimiento (o al éxito, ya que una guerra perpetua imposible de terminar sólo favorece económicamente a la potencia que produce y compra armas, mientras que sólo deja víctimas en la tierra que falsamente afirma proteger) aún continúa. Mientras, en otros países como Portugal el consumo de las drogas es permitido y legal. El dinero producido por los impuestos es utilizado para la rehabilitación de aquellos que generaron dichos ingresos, cerrando el círculo virtuoso y reduciendo (o eliminando) tanto el tráfico ilegal, la violencia por controlar un mercado ya controlado por el estado y las adicciones mismas. En su época de apogeo Pablo Escobar llegó a producir 500 millones de dólares semanales producto de la cocaína. Aunque parezca paradógico el capo narcotraficante en su intento de inserción en la política deseaba legalizar la exportación de los estupefacientes, argumentando que los fines de aquellos que le hacían la guerra no era cuestiones de salubridad pública (en caso contrario, el alcohol tabaco y los juegos de azar estarían también prohibidos), sino más bien económicos ya que la sustancia no se producía en el país que se consumía generando así una balanza fiscal negativa, única en su especie.
De la misma manera, ya cerrando esta reflexión, yo me pregunto cómo hubiera sido la historia si la guerra al narcotráfico no hubiera existido, si la cocaína hubiese pagado impuestos como cualquier otro bien de exportación, si el dinero generado por la legalidad de las sustancias narcóticas y el ahorrado en una guerra imposible de terminar se hubiese utilizado en la salud y la educación pública, cuánta gente no habría tenido que morir, cuántas madres no llorarían a sus hijos esposos o hermanos (tanto de uno como otro bando), qué hubiera pasado con la economía colombiana y sudamericana. Ninguna de estas preguntas tiene respuesta cierta, lo que es seguro es que yo no estaría escribiendo estas líneas y mi mamá no hubiese estado preocupada desde el día que le dije que Colombia estaba en nuestro recorrido
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