Pusimos una fecha y salimos. No era cualquier fecha, era el cumpleaños de Guille. Tampoco fue así nomas. Fueron meses y meses de planificación, investigación y charlas de ver lo que queríamos hacer con nuestras vidas. Teníamos todo lo que queríamos cuando queríamos, e íbamos a dejar todo para cumplir nuestro sueño. Cada uno viene de un entorno diferente, de haber crecido diferente, pero ambos queríamos (y queremos) lo mismo: viajar. Viajar como forma de vida. Dejar los lujos para conocer cosas nuevas y quien te dice; nuevos lujos.
Meses antes de partir definitivamente íbamos preparando el material, la mochila, los contactos, los mapas mentales para calmar la ansias. En octubre llegamos a armar y pesar las mochilas para ver qué se sentía, para irnos acostumbrando. Diciembre y enero fueron una maratón de sentimientos, lleno de despedidas, cierres, fiestas y reuniones. Pero también fue tiempo de ir desprendiéndonos de todo lo material. Hasta que un día nos quedamos sin casa, sin colchón y sin ropa, pero con la alegría de saber que era el camino que habíamos elegido, y que lo estábamos haciendo en tiempo y forma.
Y llegó el día, casi sin dormir nos levantamos y partimos rumbo a Mar del Plata, la ciudad elegida como punto de partida de esta gran aventura. En realidad era un principio mentiroso, porque íbamos en la comodidad del auto propio, pudiendo regular el camino y la velocidad a gusto y sabiendo de antemano las personas que nos acompañaban; los papas de Guille.
Párrafo aparte para ellos que nos apoyan desde antes de saber de nuestros planes de vida, que siempre quieren lo mejor para nosotros y nos dan hasta lo que no tienen. Son nuestro cable a casa, los que nos recuerdan que no estamos solos a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia.
Llegamos a destino con sabor a temporada alta en La Ciudad más concurrida en verano de la Argentina, pero era nuestro comienzo y no podía estar mejor. Hacía frío pero teníamos que ir a la playa, iba a ser uno de los últimos días que estaríamos en el océano Atlántico quien sabría por cuánto tiempo. En su momento era todo ansiedad, pero estaba oculto el miedo de lo que se nos venía y en las fotos de ese día se notan esas caras raras. Mezcla de alegría con miedo, de ansiedad pero con serenidad, de nerviosismo con ganas de salir de una vez por todas.
Unos días después partimos para Olavarría, donde Leo nos esperaba con planes inesperados. Después de una fuerte y emocionante despedida de los papas de Guille entramos a la casa de Leo, quien nos hospedaría un par de noches. Fueron nuestros primeros pasos con las mochilas en la espalda, solos. Aunque sólo hayan sido unos 10 metros, ese fue el comienzo de este camino que elegimos como forma de vida.
Nos acomodamos en la habitación que nos tenían preparada y nos preguntan si queríamos ir a un cumpleaños de 5 años, que sólo teníamos que llevar una camiseta de fútbol. No pudimos cumplir con lo segundo, pero ahí estábamos, expectantes de lo que saliera de la piñata. Creemos que todo los días se aprende algo nuevo, y esa noche no fue la excepción: estuvimos invitados a una cena de amigos de Leo, y nos adentramos en el mundo de la hidroponía, el cultivo de hortalizas en agua. ¿Y todo esto puede pasar en un día de viaje? Si, y terminar bailando Xuxa en un bar a la madrugada también. Todo el mismo día. También tuvimos la posibilidad de compartir un almuerzo con la familia de nuestro amigo cerrando el día jugando en la pileta con los sobrinos.
Comenzó la aventura sin avisarnos, así como si nada estábamos bien temprano en la mañana en la blanquita de la ruta levantando nuestro dedo con esperanza de llegar a un pueblo que había visto en el mapa, pero que no sabíamos si existía de verdad. Tanto habíamos imaginado este día que parecía que los que pasaban nos sentían el miedo, y estuvimos 2 horas sin suerte hasta que tuvo que pasar. Paró un camión! Para donde va? Subimos? Subamos!!
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